Teníamos mucho tiempo libre en las semanas que precedían a la fiesta y con un niño de dos años y medio en casa eso se traduce en crear o sucumbir. Así que creamos. Itamar se hizo su propia janukiá, nada muy elaborado, de hecho tan sólo la pintó. Un juguete de madera pálida que venía diseñado para ser decorado, así que estuvo varios días entretenido con eso. Le hicimos también las velas, unas de cartón para que el pudiera ponerlas también todos los días a la vez que nosotros. Al principio pensé que no iba a colar lo de las velas sin fuego, pero pareció gustarle la idea de no tener que acercarse de más a eso que quema. Así que genial.
Éramos ya cuatro, pero sólo tres comensales. Preparamos el chocolate caliente de rigor y compramos sufganiot sin romper nuestra costumbre y nos pusimos las botas. Para variar. Qué ricos y qué cálidos se viven los días de Jánuca, qué rápido se diluyen en el resto del mes y qué sensación tan bonita nos dejan siempre.