Pero si bien la ceremonia se quedó grabada en nuestras retinas la fiesta que vino después no se quedó atrás. Para nada. Parecía que cada uno de los invitados hubiese venido dispuesto a hacer de este el día más feliz de nuestras vidas y no escatimaron en demostrarlo. Hubo música en directo, bailes de sudar hasta los pies, acrobacias varias, equilibrismo con fuego, vídeos de aquellos que no pudieron estar, una coreografía muy bien montada, risas muchas, salto a la comba improvisado con servilletas de tela que sirvió también para hacer de limbo.
El novio fue manteado un poco de aquella manera y a mi me alzaron con un poco más de delicadeza en una silla. En definitiva: acabamos bastante sudados, poco peinados y con casi nada de glamour… Pero qué maravilla. Qué felicidad.