Este día hubo una serie de coincidencias y teníamos coche. Lo habíamos alquilado para hacer algo que no recuerdo, el caso es que coche había. Así que nos arreglamos, le cedimos el retoño a mi madre por unas horas y nos fuimos a cenar. Me gustaría decir que tan tranquilos, pero creo que estuvimos más tiempo en el coche y aparcando que cenando en sí. Engullimos aquella cena, no se si porque estaba buenísima o por las prisas que teníamos por volver. Pero fue genial tomarnos ese respiro de tiempo solo para nosotros; de verdad lo disfrutamos.
El restaurante al que fuimos es el mismo en el que cenamos para celebrar que el anillo de compromiso ya era de mi talla. Se llama Tmol Shilshom y es una cucada, estás rodeado de libros que te hacen compañía y puedes leer mientras estás allí y la decoración te envuelve en una especie de casa de campo con vistas a un lago, pero en pleno Jerusalén. Una maravilla, vamos.